Fuentes, lavaderos y abrevaderos de Asturias

Del libro: El agua en la vida cotidiana: fuentes, lavaderos y abrevaderos de Asturias.

Autor: Cristina Cantero Fernández

FUENTES Y LAVADEROS

Las fuentes, lavaderos y abrevaderos han formado parte de la cotidianeidad de los asturianos y asturianas hasta hace bien poco, participando de todos aquellos fenómenos culturales que configuran y han configurado nuestra sociedad.

Pero, antes de la llegada del agua corriente a los domicilios  los hábitos de higiene eran muy laxos y ocupaban un lugar secundario en el día a día, mientras que conseguir agua para beber y cocinar era una actividad prioritaria, a la que las familias dedicaban mucho tiempo y energía, yendo diariamente a la fuente y abrevadero a por agua para las personas y animales.

Y tantas veces se iba, que uno de los refranes más conocidos es éste: «tantu va’l calderu a la fuente que pierdi ellí l’asa o la frente»

Las fuentes podían adoptar multitud de formas y diseños según la época a la que perteneciesen, el lugar en que se localizasen y el dinero que se hubiese invertido en ellas. Desde los recargados y cuidados modelos barrocos, prosiguiendo con los esquemas de templete o frontón más o menos sencillos, que fueron los mayoritarios en Asturias en todas las épocas, siguiendo por las fuentes de planta circular  hasta llegar a los básicos puntos de abastecimiento de agua de los años 1950.

Otras propiedades «milagrosas». 

Además a las fuentes, o concretamente a las aguas de las mismas, se les atribuían propiedades curativas y solían estar cerca de santuarios. Uno de ellos es el de San Emeterio (Ribadedeva), al que hace tiempo acudían numerosos peregrinos con la esperanza de sanar huesos rotos y torceduras tras lavarlos en la fuente cercana, denominada Fuente Santa:

Válame, válame,

mi tíu coxu rompió un pie,

y después que lu rompió

lu llevó a Santu Medé.

Todas estas prácticas mágico-religiosas se apoyan en la idea del agua como transmisora de la divinidad y de su bendición, concepción que incluso se hace más evidente en la costumbre de santiguarse con el agua de las pilas situadas a la puerta de las iglesias justo antes de entrar en ellas.

Traidas de agua para fuentes, lavaderos y abrevaderos de Asturias.  

Entre finales del siglo XVI y principios del siguiente, muchas autoridades públicas tomaron la decisión de construir nuevas traídas de aguas a las ciudades, sin embargo un villa pequeña como Llanes, fue uno de ellos.

El Ayuntamiento de Llanes contempló la posibilidad de iniciar un nuevo suministro de agua para abastecer la villa, llegándose a contratar en 1615 los servicios de un fontanero para que estudiase su viabilidad, aunque desconocemos la decisión que se tomó finalmente (Álvarez Carballo, 2010).

Enfermedades y problemas con el agua no potable.

Las deficientes condiciones higiénicas de muchas fuentes facilitaban el contagio de enfermedades transmitidas principalmente a través del agua, como las fiebres tifoideas y el cólera, cuyo medio de contagio es fecal-oral.

Teniendo en cuenta que muchas fuentes consistían en una surgencia natural en el suelo y otras tenían rotas sus arquetas y cañerías, era fácil que las heces infectadas de una persona o animal entrasen en contacto con el agua y la contaminasen, propagando así la enfermedad entre quienes bebiesen de ella.

En el mejor de los casos, la infección solo comportaba fiebres altas, escalofríos y molestias gastrointestinales que postraban al enfermo en la cama varias semanas, pero también podía causarle la muerte, dependiendo de su edad, constitución física o estado de salud.

La relación entre el agua y estas dos enfermedades era de sobra conocida, de modo que los pueblos que habían padecido alguna de ellas no tardaban en solicitar al Ayuntamiento que acondicionase su fuente para evitar un nuevo brote.

Denuncia en «los medios».

El periódico El Correo de Llanes (15 de diciembre de 1894) denunciaba la situación de Villah.ormes, que no debía ser muy distinta a la de otros muchos pueblos:

Villahormes carece en absoluto de aguas potables; la fuente más próxima hállase a algunos kilómetros de la población. Por esta causa hay en el pueblo hasta veintiséis pozas o charcas en donde se abrevan los ganados y lavan las ropas. La ciencia y la experiencia han demostrado que esas charcas son un manantial perenne de exhalaciones mefíticas; y Villahormes resulta el pueblo más castigado por las epidemias de todo el valle de San Jorge. Veintitantos niños arrebató la difteria entre el 93 y 94, cifra espantosa si se atiende a la población.

Los consistorios se ponen «manos a la obra».

A principios del s XX, los Ayuntamientos comenzaron a acercar los servicios hidráulicos a los pueblos, a la vez que reparaban los que estaban deteriorados y hacían frente a problemas de reciente aparición que afectaban a la disponibilidad de agua.

En estas fechas, el desarrollo industrial y urbano de Asturias ya comenzaba a provocar los primeros síntomas serios de contaminación medioambiental y los avances médicos habían demostrado lo arriesgado de beber agua en los ríos.

Una situación similar atravesaban los vecinos de La Carúa cuando solicitaron al Ayuntamiento de Llanes que construyese una fuente y un lavadero en el pueblo:

carecen de agua potable para usos domésticos, viéndose actualmente en la necesidad para cubrir sus atenciones de abastecerse de las insalubres aguas del río, el que a la vez sirve de vertedero de aguas sucias, lavadero y abrevadero de ganado, y en estas condiciones las referidas aguas están contaminadas de microbios de todas las especies, propensas el día menos pensado al desarrollo de una epidemia. (1930)         

Obras para construir lavaderos.

Los ayuntamientos sabían que la correcta ejecución de las obras dependía en un altísimo porcentaje de la buena calidad de los materiales, sobre todo en este tipo de infraestructuras que siempre están en contacto con el agua, principal agente de deterioro en cualquier construcción.

Por eso, los pliegos describían con minuciosidad aspectos como la resistencia de los materiales, su tamaño, granulometría o densidad, llegando incluso a concretar la procedencia o marca comercial de algunos de ellos, tendencia que se hizo más acusada desde finales del siglo xix, así se demandaba:

«la arena será del Sablón, de la que se emplea en Llanes en todas las construcciones» (1900) o «la arenisca blanca se traerá de las canteras de Quintes o Quintueles» (1889)

Indianos.

El triunfo económico les permitió disfrutar en América de unas comodidades reservadas a las clases privilegiadas y hasta entonces desconocidas por ellos.

Resulta lógico pensar que quisiesen que sus pueblos natales también dispusiesen de ellas, bien por un afán puramente altruista o porque ya estaban pensado en volver a Asturias y no estaban dispuestos a prescindir del bienestar al que se habían acostumbrado.

Las traídas de aguas que financiaron hicieron posible instalar fuentes, lavaderos y abrevaderos públicos para el vecindario. De la misma forma, les facilitaron a ellos mismos disponer de agua corriente en sus casas recién construidas.

Todo apunta a que esta fue una la principales razones para iniciar las traídas, pues «es raro encontrar una casa indiana que no contara con agua corriente y con baños interiores» (Llavona, 2007: 186), además de tener lavaderos en los sótanos o en edificios auxiliares.

Junto a ello, los indianos también utilizaron las infraestructuras donadas al pueblo para congraciarse con sus vecinos, siempre recelosos del paisano retornado que había prosperado en América, o para asegurar su aprobación y lealtad en el futuro.

Los indianos y su memoria.

Hoy podemos conocer quiénes fueron los indianos que costearon muchas fuentes, lavaderos y abrevaderos, gracias a estas epigrafías.

A través de ellas, estas personas han logrado trascender la memoria de quienes les conocieron y llegar hasta nosotros, superando el paso del tiempo y alcanzando una inmortalidad figurada.

Este afán de notoriedad llevó a algunos indianos a publicar pequeños libros donde explicaban las obras que habían financiado. En 1916, vio la luz un folleto anónimo que recogía la construcción de la traída de aguas, varias fuentes y un abrevadero en la parroquia de Po (Llanes).

Construcciones indianas.

La construcción de servicios hidráulicos por los indianos se produjo desde finales del siglo xix hasta los años 1930 y en este tiempo se utilizaron principalmente dos fórmulas de financiación.

Una consistía en costear la obra a título individual, opción reservada solo a los indianos con más fortuna, y la otra en asociarse con otros emigrantes del mismo pueblo, parroquia o concejo para reunir el dinero necesario.

Las infraestructuras hidráulicas financiadas por los indianos ayudaron a mejorar la vida en los pueblos y provocaron la eterna gratitud de los vecinos hacia su benefactor.

Este agradecimiento quedaba reflejado en las placas conmemorativas mediante una breve pero sentida frase, como la que corona la fuente de Nueva (Llanes), costeada por Andrés del Río Pérez, que había emigrado a Cuba con quince años: «El pueblo agradecido le dedica este recuerdo» (1893).

Pero la gratitud de los vecinos también podía adoptar formas más complejas y enraizarse en los rituales festivos del pueblo, como queda patente en las estrofas de la canción que, todavía hoy, los vecinos de Balmori (Llanes) siguen cantando la noche de San Juan cuando enraman la fuente que construyó en 1911 José de Parres Gómez, emigrado a México:

“Vamos a enramar la fuente

con alegría y primor,

honrando así la memoria

del ilustre bienhechor.

Del señor de Parres Gómez

tenemos grato recuerdo,

hizo grandes beneficios

a los hijos de este pueblo.

Las obras de Parres Gómez

 serán de eterna memoria,

Dios le haya recompensado

concediéndole la Gloria.

Queremos enumerar

por Parres las obras hechas,

la fuente, el abrevadero,

el lavadero y escuelas”.

Impacto social de las donaciones en las aldeas.

En el pueblo de Cue (Llanes), la fuente y lavadero de San Fernando, que fueron donados por Alonso Noriega Mijares, vecino emigrado a México, también son objeto de celebración.

Este servicio empezó a funcionar el 31 de mayo de 1888, un día después de la fiesta de San Fernando. Coincidencia que se aprovechó para cambiar el nombre del manantial, que antes se conocía como la Fuente de Riba.

Pero lo curioso es que los vecinos decidieron celebrar su inauguración enramando la fuente como si se tratase de la cercana fiesta de San Juan (24 de junio).

Esto nos habla del gran impacto que tuvieron estos servicios en el pueblo, que optó por honrar a su benefactor según los patrones festivos tradicionales.

El día de San Fernando, se oficia misa de campaña en honor al santo y a Alonso Noriega junto a la fuente y lavadero. A continuación, llegan las mujeres en procesión, ataviadas con mantones de Manila, para enramar la fuente, mientras entonan diversas canciones alusivas.

Entre estas canciones, destaca una estrofa dedicada a su promotor, fallecido el mismo año en que se inauguró el servicio de agua, y que muestra el agradecimiento de los vecinos:

“Las limpias aguas corriendo

 giraban abandonadas

y un donante compasivo

hizo fuesen agrupadas.”

Fuentes, lavaderos y abrevaderos las donaciones más celebradas.

Álvarez Quintana (1991: II, 476) está convencida de que si se pudiese hacer una encuesta de satisfacción entre los vecinos de los pueblos beneficiados por las promociones indianas, sin lugar a dudas, las fuentes, lavaderos y abrevaderos serían las más apreciadas, muy por encima de las escuelas, casinos u hospitales que también financiaron.

El sentido lógico de esta afirmación es aplastante, porque de todas estas construcciones, las únicas que los vecinos iban a utilizar todos los días eran las relacionadas con el agua.

Además, se trataba de infraestructuras que hacían más fácil y cómodo el trabajo de coger agua o lavar la ropa y que beneficiaban a todos los vecinos por igual, con independencia de su edad y género: los niños y niñas que iban a la fuente, las mujeres que acudían al lavadero y los hombres que concurrían al abrevadero.

Obras hidráulicas sufragadas por los vecinos.

Los vecinos también podían sufragar ellos mismos la construcción de servicios hidráulicos y reunir el dinero necesario mediante dos sistemas: el prorrateo vecinal y la suscripción popular.

El primero consistía en repartir los costes de la obra entre todos los vecinos, según el criterio de que una casa es igual a un vecino, con independencia de las personas que vivan en ella.

Esta modalidad no permitía recaudar demasiado dinero y casi siempre se recurría a ella cuando las obras eran pequeñas o cuando existían vías de financiación complementarias, como las provenientes del arriendo de comunales o de la subvención de administraciones públicas. Así sucedió con la instalación de la fuente, lavadero y abrevadero de El Mazucu (Llanes), cuya placa conmemorativa de 1956 indica que:

“Siendo Alcalde del Excelentísimo Ayuntamiento de Llanes don Regino Muñiz Cotera, fue construida la traída de aguas, fuente, abrevadero y lavadero del pueblo del Mazucu con la colaboración económica del vecindario y de la Excelentísima Diputación Provincial.”

Limpieza y reparación de fuentes y lavaderos.

En la zona rural, los poderes públicos descargaban parte de su responsabilidad en los vecinos, mientras que en las ciudades era la entidad municipal quien se ocupaba de la limpieza y reparación de las fuentes. Por tanto, eran los vecinos de los pueblos los que debían resolver por sí mismos el arreglo y limpieza de sus servicios hidráulicos, sin recibir ninguna ayuda económica para realizarlos, salvo cuando las reparaciones eran importantes y requerían asesoramiento técnico.

La limpieza de las arquitecturas del agua en los pueblos se centraba principalmente en los lavaderos, donde la suciedad de las prendas y los restos de jabón acumulados en la pila podían manchar la ropa que se pretendía lavar y tupir los desagües.

Por este motivo, las familias que iban a un mismo lavadero se turnaban para limpiarlo una vez a la semana. Las ordenanzas del pueblo de Cue (Llanes) son de las pocas que regularon esta cuestión, estableciendo que:

“Los lavaderos del pueblo se limpiarán, según costumbre antigua, semanalmente, los domingos por la tarde, turnando esta labor dos vecinos, sin preferencia alguna en cuanto al lavadero en que ha de realizarse esta operación. (1923)”.

En realidad, lo que hicieron estas ordenanzas fue poner por escrito una costumbre preexistente, que ya funcionaba desde antiguo en toda Asturias y que siguió respetándose mientras los lavaderos estuvieron en uso.

Limpieza de abrevaderos.

En lo que respecta a los abrevaderos, posiblemente, la limpieza más importante consistía en quitar las overas de sapos y ranas que solían crecer en ellos aprovechando el estancamiento de sus aguas. De forma excepcional, hubo algunos concejos con una particular preocupación por mantener la higiene en los abrevaderos de los pastizales, que reglamentaron cómo debían limpiarse antes del inicio de la temporada de pastos. Así, las ordenanzas de Llanes de 1877 estipulaban que:

Se recomienda a los alcaldes de barrio y celadores que vigilen y reconozcan frecuentemente los abrevaderos que radican dentro de los terrenos y pastos de sus demarcaciones respectivas, y se les encarga la limpieza; procurando que en el mes de marzo de cada año se saque y extraiga el fango o cotrina, que colocarán a una distancia conveniente.

Regulación de los usos cotidianos.

Los artículos son muy claros al respecto y establecían que en las fuentes solo podían coger agua y beber las personas, en los lavaderos solo se podía lavar ropa y en los abrevaderos tan solo acudir los animales. La intención era que ninguna de estas funciones se solapase con las demás y evitar que el agua destinada al consumo humano se contaminase con la del abrevadero y el lavadero, y que la procedente de este último, manchada de jabón, se mezclase con la del abrevadero.

Este orden o preferencia de uso, concretado en la secuencia fuente-abrevadero-lavadero, no era exclusivo de las arquitecturas del agua, sino que también se observaba en los ríos y arroyos. Corriente arriba se cogía agua para las personas, un poco más abajo abrevaban los animales y, por último, estaba la zona donde se lavaba la ropa. Así lo estipulaban las ordenanzas de Celoriu (Llanes) en 1819 que, además, para evitar problemas, disponían que se colocase un mojón para identificar cada espacio:

Item acordamos que por no oserbar como antiguamente se oserbaba en el modo de labar ropa o cualesquiera otro género que sea, que pueda ser inconbiniente a la cojida del agua para beber, aya de ser preferido pusiendo mojón como antes se ponía.

Esta disposición de usos se siguió respetando en los pueblos obligados a lavar en el río por no disponer de lavadero ni agua corriente en casa, lo que en muchos lugares, como ya se ha visto, no sucedió hasta la década de 1960.

Lavaderos.

Las primeras noticias que tenemos de la existencia de lavaderos públicos en Asturias son de los siglos XVI y XVII, y siempre pertenecen a un contexto netamente urbano, en concreto a las principales ciudades de la provincia: Avilés, Xixón y Uviéu.

Uviéu. En la capital asturiana, la cita más antigua se encuentra en el Libro de Acuerdos del Ayuntamiento del año 1558 y se refiere al lavadero que estaba en la actual plaza de la Constitución, al lado del Consistorio y de los hornos de pan públicos.

Avilés, en esta villa, la referencia más temprana es la de los lavaderos que se construyeron al finalizar la traída de aguas a la villa en la plaza de San Francisco y junto a la iglesia de San Nicolás, ambos fechados entre 1593 y 1595.

En Xixón, la primera mención es la del lavadero instalado en la Plaza Mayor, también con motivo de haberse realizado el suministro de agua a la población en los años 1660 (Heredia Alonso, 2008: 26; Torres, 2009). Estos primeros lavaderos evidencian la preocupación de las instituciones por fomentar la higiene pública, pero conviene tener presente que los hábitos de limpieza que seguían las familias de entonces eran muy distintos a los actuales, aunque implicaban lavar bastante ropa y acudir con asiduidad al lavadero.

Sobre la higiene personal.

El concepto de higiene personal de los siglos XVI y XVII consistía en cambiar la ropa interior a diario, cada tres días o una vez a la semana, en lugar de lavar el cuerpo con agua, pues se creía que la ropa, además de absorber el sudor, atraía las impurezas y de esa forma preservaba la salud de las personas.

Estos hábitos de limpieza obligaban a disponer de abundante ropa blanca, condición que solo estaba al alcance de las clases más adineradas y que ha llevado a afirmar que, en estos años, «más que antes aún, la limpieza fue prerrogativa de la riqueza» (Matthews Grieco, 2000: 76).

La frecuencia con que la nobleza y burguesía de las ciudades y villas asturianas necesitaban lavar su numerosa ropa convertía a los lavaderos públicos en un servicio de gran necesidad

Gracias a estos lavaderos públicos, se pudieron respetar estos preceptos higiénicos, que no comenzaron a cambiar hasta finales del siglo XVIII. Ninguno de estos lavaderos de los siglos XVI y XVII se conserva en la actualidad

Las capitales de los concejos rurales construyeron sus lavaderos mucho más tarde, a mediados del siglo XIX, siendo los municipios que tenían más recursos los primeros en disfrutar de este servicio.

La villa de Llanes fue una de las capitales afortunadas y pudo disponer de un lavadero cubierto en 1859, hoy desaparecido.

En los pueblos, los lavaderos no llegaron hasta finales del siglo XIX y, muchas veces, gracias a la financiación de los vecinos emigrados que se habían enriquecido en América.

Los lavaderos, un avance social.

Antes de la llegada de los lavaderos, las mujeres lavaban en cualquier lugar con suficiente agua: ríos, arroyos, pozas formadas por el agua sobrante de las fuentes e incluso canales de molinos.

En todos estos casos, el lavado siempre se realizaba a la intemperie y de rodillas, lo que provocaba frecuentes dolores de espalda, problemas reumáticos y bronquitis.

Algunos lavaderos construidos a finales del siglo XIX y principios del XX procuraron evitar estas dolencias disponiendo las pilas a una altura que permitiese lavar de pie y techando los lavaderos.

Aun así, los ayuntamientos no siempre pudieron costear estas mejoras y muchos pueblos tuvieron que conformarse con opciones mucho más modestas.

Las penurias de lavar la ropa.

La evolución de los hábitos higiénicos experimentada desde mediados del siglo XIX en toda España, supuso entre otros aspectos, esta mayor preocupación por la higiene de las familias. Higiene que afectó a la frecuencia de lavado en las clases populares, que ahora limpiaban su ropa más a menudo.

Esto hizo que los inconvenientes y penurias para lavar que hemos descrito se volviesen realmente insoportables e impidiesen seguir los nuevos criterios de limpieza.

Para comprender en toda su magnitud el problema al que se enfrentaban las mujeres, hay que tener en cuenta que debían lavar la ropa de todos los miembros de la familia, que podían alcanzar las diez personas, utilizando ríos, arroyos y pozas de agua.

La colada durante el largo y crudo invierno. 

Por el invierno, cuando empezaba a llover o el agua estaba demasiado fría, se veían obligadas a volver a casa con el balde de ropa sucia, a la espera de que el tiempo mejorase.

En esas circunstancias, era imposible lavar la ropa de la casa y la familia con la frecuencia deseada, que solía ser cada quince días, si no se disponía de un lavadero público techado en el pueblo.

Estaba claro que la higiene era una cuestión de clase social a la que solo los más privilegiados podían acceder.

La escuela como responsable de cambio de hábitos.

La escuela fue uno de los principales responsables de este cambio de hábito, como canalizadora de las ideas higienistas y de salud pública promovidas por las autoridades desde hacía tiempo.

Los numerosos libros sobre higiene doméstica publicados en etapas anteriores, que estaban disponibles en las escuelas, así como los capítulos dedicados a este tema en los libros de texto, son muestras evidentes de esta función.

Lavado de ropa blanca.

El lavado de la ropa blanca era una tarea muy pesada que ocupaba a las mujeres un día entero o incluso dos, y que experimentó ciertos cambios con el paso del tiempo.

Hasta la década de 1930, lo habitual era colarla en casa con agua caliente y ceniza para desinfectarla, limpiarla y blanquearla, aclarándola después con agua corriente en el río, arroyo o lavadero.

La colada, una vez cada ¿cuánto?.

La frecuencia con que las casas hacían esta colada variaba entre los quince días o los dos meses. Dependiendo de lo escrupulosa que fuese el ama de la casa y de lo sucia que estuviese la ropa.

La operación de colar no era sencilla, porque, además de ocupar mucho tiempo, había que llevar la cuenta de las veces que se colaba la ropa. Al igual, que controlar la temperatura del agua, que debía aumentarse progresivamente.

Por este motivo, existían varias composiciones populares que ayudaban a recordar cómo debía hacerse todo el proceso:

Tres calentinos, tres calentando.

Tres espuminos, tres espumiando.

Tres ferrolinos, tres ferroliando.

Tres calentinas, tres calentando.

Tres espluminas, tres esplumando.

Tres fervosinas, tres fervosando

Galería de fuentes, lavaderos y abrevaderos en el concejo de Llanes.

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